Agradezco profundamente el honor que se me ha hecho al otorgarme el Premio Simón Bolívar. Se ha querido enaltecer con este acto un nombre y una vida. Pero debo declarar que solo he sido, en estos largos años, parte de un equipo, que a mi lado ha luchado con el mismo tesón, periodistas extraordinarios que han influido notoriamente en la historia nacional. Y pienso en ellos con profunda emoción cuando se me hace el reconocimiento público de una labor que compartieron con abnegada voluntad.
Yo he sido el favorecido en este homenaje. Pero ellos saben que lo estoy aceptando en su nombre con un claro sentido de amistad y de solidaridad profesional. Me ha tocado asistir en estos años a una sorprendente transformación de los medios de publicidad. La prensa romántica, descomplicada y, a veces, un poco bohemia ha evolucionado hasta formar empresas que conocen y cumplen sus compromisos con la sociedad.
Las nuevas maquinarias, con notorios avances técnicos, utilizan todas las facilidades que ofrecen los sofisticados medios de comunicación. Las revistas y los periódicos han tenido que adaptarse a esas complejidades de la vida moderna. Los que no lo han hecho han desaparecido. Nunca como ahora ha sido cierta la frase de que “renovarse es vivir”. Los periodistas, que se ataron al pasado sin querer abrir los ojos a las realidades actuales, han pagado duramente su error.
Servant Schreiber señala, en un capítulo de su libro, las características de esta desbandada hacia la técnica: Es el entierro de las hojas muertas. Hay que hacer rectificaciones, cambios estructurales, reformas de fondo para salvar la cabeza del pensamiento democrático. A los fracasos hay que enterrarlos, como a las hojas muertas, para que sobre ellas se alimente la nueva fecundidad de la tierra. El mundo pertenece a los que se toman el trabajo de cambiarlo.
Lo único que se ha salvado en esta crisis de los medios de comunicación es la decisiva influencia del hombre. Sin ella los avances técnicos perderían importancia. El periodismo es una carrera joven, a la cual están llegando diariamente inteligencias y extraordinarias voluntades. La tarea es inmensa. En un mundo lleno de contradicciones y de sentimientos pugnaces, hay que señalar y escoger caminos. El pueblo está ansioso de decisiones heroicas y de consignas valientes, y hay que llegar a una sociedad igualitaria, justa, cuyo fruto es la paz.
El hombre, en la vida actual, está desintegrado y desarraigado. Se ha convertido en un número en los registros públicos y en un ser abrumado por las largas colas de las fábricas y de los hospitales a donde llega en busca de trabajo y de salud. Y está pidiendo que le vuelvan a poner los pies en la tierra, como quería Ortega y Gasset, que lo vuelvan a armonizar con el destino colectivo que es la Patria. Necesita rescatar su ciudadanía total e integra para vivir seguro y libre.
Esta es nuestra labor en el complicado mundo del futuro. Los periodistas no se pueden limitar a ver estoicamente los acontecimientos. Tenemos que formar parte del país que cambia. Somos las antenas de una generación que sondea el futuro con desbordados sentimientos de ansiedad y terror en una sociedad sin principios, en donde cada uno hace alarde de su propia moral y en donde todo se desquicia ante los ojos asombrados del pueblo.
Debemos hacer que nuestras palabras tengan un sentido de profecía y de salvación. De ahí nuestra lucha en defensa de la libertad de expresión. Ella es la que nos ofrece la oportunidad del cambio.
Vivimos en una democracia que se ha ufanado siempre de proteger y salvaguardar este derecho. Pero ya hay amenazas para el futuro que no debemos subestimar. El Estado quiere crear sus propios medios de publicidad con el monopolio de las noticias y el favoritismo del poder político, medios parciales y envalentonados por la aprobación entusiasta de funcionarios irresponsables. De allí a las agencias publicitarias, con pautas previamente escogidas para producir efecto sobre la opinión pública, no hay sino un paso, pero un paso que representa la quiebra de los ideales democráticos. Yo espero que estas advertencias no sean olvidadas. Y que el nuevo Gobierno ponga tanta fe en sus decisiones que no necesite acudir a coacciones morales que constituyan una amenaza concreta para la sociedad.
Los periodistas, como los viejos colonizadores, tienen que conquistar su campo de acción y de trabajo. Como dijo Goethe, “la tarea intelectual tiene, como la tierra, sus épocas de siembra y de recolección”. Y nosotros estamos viviendo una hora crucial en la que el riesgo estimula la voluntad de lucha y de sacrificio. Nos esperan días difíciles que no lo serán tanto si estamos preparados para hacerles frente.
Libramos todos los días batallas por el pueblo, la democracia y la solidaridad humana. Unas ganadas y otras perdidas. Este es el signo de nuestras vidas. Pensamos que solo se pueden imponer al fin las ideas que crean hombres capaces de vivir y de morir por ellas. Los grandes movimientos sociales fueron gestados en la heroica inmolación de las gentes humildes y olvidadas por la historia. Es necesario advertir a un mundo, cansado de mirar a las estatuas, que no son los verdaderos héroes de la humanidad los que construyeron efímeros imperios, pasando sobre millones de vidas destruidas, sino los que, contando solo con el poder de la palabra, sucumbieron ante la fuerza en su lucha por la libertad y por el definitivo reinado de la paz sobre la tierra.
Los periodistas debiéramos acordar metas prioritarias para orientar nuestras luchas. Una de ellas es la de la justicia social. El país ha fracasado en su propósito de cerrar las brechas que separan el hombre y la miseria del abrumador espectáculo de la riqueza y el poder. Si esta situación subsiste habrá, cada día, menos viviendas para el pueblo, menos trabajo para los brazos cesantes, menos escuelas para las generaciones nuevas y menos nutrición para los hijos del pueblo. Y la sociedad tendrá que dividirse entre los que no tienen nada, pues solo son dueños de su angustia, y los que lo tienen todo y fortalecen sus privilegios con las privaciones de los despojados. Esta lucha por la justicia requiere una movilización general de los hombres de bien. Solón, el creador de la primera democracia de la historia, decía: “Lograremos nuestro triunfo cuando los que no han sido golpeados por la injusticia sientan la misma ira de sus víctimas”.
Esta lucha contra los vicios que envenenan el pueblo, contra los especuladores que lo explotan y contra los privilegiados que los desprecian justifica plenamente la acción de los periodistas en el vasto escenario de los medios de comunicación. Si cada uno de nosotros es un luchador auténtico, que no se entrega, que no vende su alma a los poderes dominantes y que no retrocede en los enfrentamientos decisivos, puede que tengamos una batalla ganada contra la miseria y contra la opresión.
He querido tratar en este recinto augusto de la Patria, a la sombra de la imagen de Bolívar, problemas del pueblo y de la democracia que son la síntesis de nuestra misión. El recuerdo del caudillo incomparable nos sirve de inspiración. Él nos enseñó que esta lucha hay que adelantarla con el coraje de los viejos patriotas que engendraron la libertad.
Tendremos, como él, la hora de tinieblas y el corazón herido por la asechanza de la traición. Pero así como este héroe providencial nos forjó una Patria, nosotros debemos evitar, al menos, que se deshaga en nuestras manos.